Monday, May 16, 2011

Boca, Palermo y un Clásico con final feliz

(sin editar)

No me es difícil quitarme la ropa de periodista por un rato para disfrutar. Para disfrutar del mejor espectáculo deportivo que existe sobre la faz de la tierra, el clásico entre Boca y River en La Bombonera. Jamás necesité de la resolución de un estudio realizado por una universidad inglesa para determinar que, en el mundo, si a los fanáticos le dieran la posibilidad de elegir se inclinarían por esta fiesta inigualable en el universo. De todas formas, los resultados del informe, estudiado minuciosamente, ratificó lo que supuse y supe.
Boca volvió a ganarle a River. Boca volvió a imponerse a su eterno rival sin merecerlo. Los merecimientos están más allá de la línea de cal y entre el marco de cada extremidad del terreno. En pocas palabras, los merecimientos están en los arcos y cuando la pelota entra ya no hay manera de refutar el hecho de haber sido, en el manejo del balón, mejor que el otro. No vale de nada escudarse detrás del argumentos de que las más claras opciones de quebrar la portería enemiga nos pertenecieron. Los clásicos, como las finales, nacieron para ser ganados. Vos podés jugar un partido de fútbol, podés diagramar inteligentemente un campeonato entero, pero los clásicos, los clásicos deben quedar en tus manos.
Boca ganó uno más, fue horrible lo que se vio de la mayoría del once sobre el césped del “Alberto J. Armando” aunque esta frase enturbia más el presente de River Plate. Es que si River no pudo con éste Boca, entonces la recta final del campeonato se le hará más complicada que escalar el Aconcagua.
Clemente Rodríguez e Insaurralde hicieron todo, TODO, lo posible para que River pudiera quebrar a un Cristian Lucchetti lúcido, con hambre de revancha, con deseos de demostrarle a los hinchas xeneizes que está a la altura de poder ser el #1 de un arco tan difícil como el arco bostero.
Matías Caruzzo merece que siga dándole, un domingo tras otro, la oportunidad del despegue final. Está retenido y no es para menos. Jugando al lado de un zaguero como el ex hombre de Chacarita y Newell´s, que atraviesa una época lamentable de su vida profesional, es lógico que Caruzzo deba andar pensando más en enmendar yerros ajenos que en explotar sus virtudes. El tema, además, es que Caruzzo no solo tiene que soñar con los posibles (y casi seguros) errores de Insaurralde, debe estar atento a cubrir la espalda de una lateral derecho que le cambia jornada tras jornada. Boca no tiene un “4” fiable, se planta ante los experimentos semanales y “al combate”. Dicho sea de paso, déficit del fútbol argentino, la no creación de laterales y centrales de peso real.
Leando Somoza quedó limitado ante la temprana amarilla por no ser conseguir, desde el propio arranque del partido, tomarle el tiempo a Erik Lamela (pibe que tiene que crecer pero con potencial incalculable). Igualmente el flaco se la bancó muy bien el resto del encuentro. Fue capaz, le tiró la chapa de la experiencia al resto y metió hasta el hartazgo.
Pochi Chávez se presentó como irregular. Con la pelota transitando la mitad del campo, bien. Titubeó en los últimos metros. Nico Colazzo tuvo un gran partido, por dos motivos exclusivos: 1- No se dejó comer por el ambiente; 2- Jugó buena parte del Clásico sin la pelota, dejando entrever que al fútbol también se juega sin el balón.
Pablo Mouche quemó etapas, se inclinó definitivamente a ser la compañía, el abastecedor de Martín Palermo y obligó en todo momento. Así y todo lo suyo fue rozando lo bueno hacia abajo, diría.
Román entró a la cancha cuando Boca ya estaba 2 a 0. Sí. Es cierto que fue titular, que arrancó desde el pitazo propio del árbitro. Hasta el segundo gol no había tocado la redonda. Y si hablo del segundo gol… Martín Palermo.
Anotó su décimo octavo contra River Plate (algunos con la camiseta de Estudiantes). Lo de Palermo fue emotivo porque era su último Superclásico, porque anunció que una vez que termine el Clausura abandona la práctica del fútbol profesional, porque se quería retirar campeón con Boca (algo que seguramente NO logrará), porque quería dejar a Boca clasificado a una Copa Libertadores (tampoco será posible), porque sabe, aunque no lo exprese abiertamente, que su nombre está grabado a fuego en la inmortalidad del pueblo boquense. Martín Palermo hace rato que se recibió de ídolo pero el domingo obtuvo su graduación, el domingo le entregaron el diploma tácito con el valor inconmensurable de entender que se codeará con Rattín, Mouzo, Rojitas, Roma, Marzolini, Gatti, tantos, tantos nombres que construyeron la vida del que para mí es el club más grande del mundo. Sí, el más grande de todos, sin dejar de reconocer que para el resto, para el resto les queda la tranquilidad de vislumbrar que realmente son importantes.
Mi domingo fue feliz. Boca quiso que así sea. Mis respetos para los perdedores. Porque los respeto. Serán siempre el enemigo, los veré de reojo y nunca me robarán ni media sonrisa. Asimismo los respeto. Y, realmente, no quiero que pierdan la categoría, que desciendan a la B Nacional. Se que están comprometidos con el promedio, ese que la AFA les creó para ellos hace tiempo atrás y del cual se aferraron fuertemente para no caer en la “vergüenza” de la pérdida de categoría. Yo los quiero ahí, acá arriba, en la A, porque si ellos no están no hay Superclásico y si no tenemos el Clásico, la enorme fiesta del fútbol Mundial, el partido como ningún otro en el globo, los que nos jactamos de profesar la religión Xeneize no lograríamos degustar el sabor de lo que es un triunfo ante River. Julio César Falcioni describió, en tres palabras, lo que sentimos los hinchas de Boca cada vez que los derrotamos a ellos. A buen entendedor, pocas palabras. Quien no supo lo que declaró el DT de Boca, internet es una herramienta útil y sencilla.
Gracias Boca por otra alegría.

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