Thursday, March 10, 2011

El difícil momento del adiós

Sabía que no quería seguir en Argentina. Algo (varias cosas en realidad) me echaban de mi tierra. Jamás supuse que llegaría el momento de encontrarme ante mis pertenencias e intentar guardar toda mi vida en un bolso. El círculo daba el giro al grado 360. Nuestros ancestros emigraron de sus lugares con la esperanza de abrazar un destino y no intuían si sería mejor o peor. Yo partía a "hacer la América". Eso le dije a mi vieja. Eso hice. Es caprichoso de explicar. La sensación del adiós no se define fácilmente. Ni siquiera lo subjetivo le da cabida. Tenés tu idea, organizás algo... o nada; y de buenas a primeras partís hacia un sitio que puede depararte infinidad de aristas.
Hay momentos en que el hombre debe atreverse. Yo lo hice. No me arrepiento.
No me permitiría dejar pasar por alto un hecho que me marcó a fuego.
El día previo al torturador "chau", Boca Juniors me dio una nueva alegría. Sumaba otro título de Campeón de la Copa Libertadores de América. Allá lejos, despidiendo aquel año, la historia no concluyó con una sonrisa. El aroma de lo dulce descansaba en el recuerdo y llegó lo agrio. Los bávaros del Bayern Múnich nos alejaron de la Intercontinental. Si tenía el pecho inflado, preparado para presumirle al mundo que mis venas eran ríos de tinta azul y oro. Estaba a 90 minutos de transitar cuanto sendero había con una felicidad tan íntima como explícita.
Boca me ayudó a que el viaje en avión, esas nueve horas interminables, en las que lo que hiciste de tu vida sea resumido con la magia de un editor de películas hollywoodenses, pudiesen suavizar una herida que intentaría no se tiña de crónica.
En definitiva estaba eligiendo mi propia muerte sabiendo que resucitaría. Así es fácil. Con la oportunidad de desaparecer entendiendo que volvés a respirar, uno salvaría ocasiones que van a contramano.
Tanta letra para retornar a La Bombonera. Y miraba para un lado y le decía a quien tenía pegado a mi brazo derecho: "A estos les ganamos en México, acá no podemos perder".
El tipo, con sus pupilas descansando a media asta, con una tranquilidad fascinante, como esas olas que ya totalmente deshechas acarician la arena de la orilla, me respondió.
"Pibe, esto es Boca. Mirá la cancha, mirá la gente... ¿vos creés que Boquita puede perder hoy?"
Qué facilidad para eludir mi desconcierto. Dicen que el Diablo sabe por Diablo pero más sabe por viejo.
Salió Boca a la cancha y el famoso "esta campaña volveremo´ a estar contigo... ". Giraba mi vista sobre un sector y era una marea de cabezas. Saltaban como coordinados en otro lado. Igual, de existir diacronía, no se apartaba de lo agradable, de lo enamoradizo... "Y dale, y dale, y dale Boca, dale..." El grito de guerra cuando el equipo ya está en el césped.
Sesgadamente y ayudado por el salto popular, notaba que el viejo estaba más nervioso que yo. Actué. "Tranquilo maestro. Su corazón soportó tantas de Boca que una más le aguanta." El viejo aflojó. Aflojó tanto que perdió unas lágrimas.
"Mi hijo no está a mi lado para ver esto", me dijo.
"Su pibe estará en algún lado siguiéndolo, imagino."
"Mi pibe está en el cielo, nene... en el cielo."
"No se angustie don. Boca le alegrará el alma a su hijo y a millones más que alientan desde la popular más alta."
Miré hacia arriba y le hice el gesto rumbo a la noche con el dedo índice de mi mano derecha. Si el tema dice que "ni la muerte nos va a separar, desde el cielo te voy a alentar...", no puede engañarnos.
Uno anhela situaciones. Arma cuadros ideales en la mente. El tema es que, a veces Dios tiene otros planes.
Minuto 45 de partido, lo más espantoso del Xeneize en la Copa Libertadores y la estaca a la frente. Jugada de Cardozo y gol de Palencia.
"La puta que te parió paraguayo hijo de puta." Casi me extirpan el tímpano con ese grito animal del vozarrón de quien tenía respirándome en la nuca.
"Te la agarrás con Cardozo y el gol fue de Palencia, boludo". Le recriminaba otro.
"Qué carajo me importa quien lo hizo... vaaaaamo, Boca vamo; ponga huevo que ganamo´...". Automático paso de un segmento despreciable a vientos de optimismo.
Cayó el partido y alguna avalancha de las que nunca se esfuman en definiciones por un título, hizo que perdiera de vista al viejo.
El sorteo para ver quien ejecutaba el primero de los penales. Momento dramático. No hay un hincha que pueda regocijar su espíritu cuando desde el manchón del área es un uno contra uno, un pica-pica, el que te eleva a la condición de leyenda o te entierra en lo más profundo de los desechos.
Riquelme arrodillado, en la bomba central. No miraba Román. tenía una cadenita con una medalla. La besaba. Le rezaba. Se tapaba la cara. Se mecía. Las sesenta mil almas suplicaban.
Arriba 3 a 1 y caminaba hacia el área "El Patrón" Bermúdez, modelo categórico de un jugador de Boca. Gigantón, feo, recio, desorbitado... Mano a mano contra Oscar Pérez. Bermúdez lo ganaba. Le rompía el arco y listo. Gritos, abrazos con todos los que puedas, vuelta olímpica, dale campeón y a seguir la noche en el Obelisco pidiendo un minuto de silencio para River que está muerto.
Lo falló. Sí, lo erró.
Cuando Julio César Pinheiro buscó el medio del marco en el que estaba Oscar Córdoba y la pelota se fue elevando suavemente, el tiempo se detuvo. Yo escuché el ruido del silencio. Tras milésimas de segundo la insoportable quietud de las gargantas explotó.
Un abrazo por aquí y otro más allá. Un llanto por este sector y otro más abajo... y el de uno mismo. Ahí también se conjugó mi vida. Ahí comprendí lo que es el difícil momento del adiós.

1 comment:

  1. Grande don Diego, se le admira mucho y bueno un adiós a su tierra, pero un hola a su nueva tierra, bienvenido a Latino américa ;-)

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